Un verano. Una tarde soleada. Un paisaje verde, en las alturas, desde donde se divisa toda la sierra. El sol muriendo en tras el monte tiñéndolo todo de naranja. A tu lado, la chica que siempre te ha gustado, que te vuelve loco, que has hecho lo imposible por llegar a ese momento con ella. Os acercáis y os besáis. Ese momento que deseamos que no acabe nunca y que por un momento parece eterno, se llama felicidad. Algo parecido debía sentir la Real cuando, tras ganar al Eibar en el partido aplazado allá por marzo, ocupaba la cuarta plaza en Liga y otra en la final de Copa. Sin embargo, nunca deja de haber una pequeña semilla de algo que carcome por dentro a todo ser feliz: algo va a pasar.
Sí, algo ocurre. De repente y sin avisar. El fin del verano implica la vuelta a la distancia y equivale al inicio de una pandemia global para la Real. A partir de ese punto en el que el momento de felicidad se quiebra, ya nada vuelve a ser igual. Siempre existen promesas. Nos volveremos a ver, la distancia no podrá con nosotros. Volveremos a vivir ese momento. Seguiremos en la cuarta plaza cuando todo esto acabe. Ganaremos la final. Pero algo se ha roto y nada vuelve a ser lo mismo.
A veces son cosas que dependen de nosotros. “Oye, podríamos quedar para hablar por teléfono un día y…”, “no, es que hoy no me apetece mucho”. Y, poco a poco, empiezas a hablar menos con ella. Menos mensajes, menos conversaciones… Es como en los partidos contra Osasuna y Alavés, en los que ni la preparación física ni el juego que desplegó la Real eran dignas de sacar siquiera el punto que sacamos. No diría que es un no querer, pero sí cierta incapacidad para querer y creer de verdad en que somos dignos de esa cuarta plaza, de esa felicidad que poco antes habíamos vivido.
Pero se hace mucho más duro cuando suceden cosas que no dependen de nosotros. La distancia es demasiado dura, es muy difícil estar con alguien a quien no ves. Es que he conocido a otra persona. Sí, igual quedamos para tomar algo algún día. Es que me está empezando a gustar… Y lo asumes con rabia, porque no queda otra. Como asumes que, a pesar de jugar mal, el Real Madrid, una vez más, te roba. Cuando cada decisión arbitral parece ir en tu contra, incluso si es dudoso o simplemente no es. Asumir y rabiar, porque por mucho que se intente son cosas que ya no van a cambiar.
Lo peor, sin duda, es cuando no depende de nosotros y, además, es cuestión de azar. De mala suerte, más bien. Tienes unos días libres para ir a visitarla y justo esos días tiene pensado viajar a otro país. O, consigues esa ansiada visita para verla y caes enfermo para no poder disfrutar de su presencia. Esa mala suerte, esa maldición es la misma que provoca que, aunque la Real vuelva a atisbar cierto juego bonito previo a la pandemia, siga cayendo derrotada. Aun siendo mejor que el rival, aun disparando más a puerta, con remates a los palos incluidos… Simplemente parece que no, que no es el día y caes, una vez más.
En ocasiones, se junta todo. Lo que depende de nosotros, lo que no depende y la mala suerte. Y la conclusión es siempre la misma. Aquel beso de verano desaparece para siempre, el instante feliz queda como un lejano recuerdo ya inalcanzable mientras nos preguntamos con rabia e impotencia: ¿cómo nos ha podido pasar esto? ¿Cómo hemos acabado así? Observamos la felicidad en los demás mientras nos pudrimos en el eterno noveno puesto de nuestras vidas sin poder hacer nada al respecto. Solo atisbar, impotentes, cómo todo lo que construimos con tanto esfuerzo se derrumba en una pesadilla que parece que no tiene final. Cómo aquella cuarta plaza que tan cerca estaba, ahora se asemeja más al nueve del año pasado.
Parece que las cosas siempre tienen que ser así para nosotros. Parece que siempre tenemos que vivir con ello.
PD: La vida es pa quatre.